Este blog de Madrid Museum Tours no va a descubrir nada sobre el arte español ni desvelará secretos sobre obras maestras de pintores españoles. Sólo vamos a compartir con los viajeros que visitan nuestra web algunas de las cosas que más nos gustan de los más famosos pintores españoles. Vamos a ello.
Diego Rodriguez da Silva Velázquez ha sido descrito como la perfección del arte de la pintura aunque de todos los pintores españoles famosos, para nosotros, es el más misterioso.
No por sus secretos sino que por su portentosa genialidad. Las obras maestras de Velázquez demuestran que la perfección emociona. En las Meninas, su estudio del espacio, la luz, los puntos de fuga, la disposición de los personajes, sus calculadas violaciones del riguroso protocolo de Borgoña, sus abstracciones pictóricas, su técnica y muchas cosas más, nos dejan totalmente abrumados, sin aliento, exangües, ante la magnitud sobrehumana de su genio artístico.
Velázquez podría haber sido un viajero del tiempo hacia el futuro. O eso, o algunos impresionistas, abstractos, inventores de la cámara o de la lente cinematográfica usaron la máquina del tiempo que les prestaría H.G. Wells para viajar al pasado y estudiar a Velázquez. Quizás, como producto de tal viaje se habría inventado la Polaroid, aunque jamás una toma con este aparato igualaría la prodigiosa foto instantánea que se marcó Velázquez con los Borrachos. En las Hilanderas se resaltan algunos rostros desenfocados tanto en el primer plano como en el de fondo que probablemente causarían la admiración de un experto en la materia como Lázló Nemes el director del Hijo de Saul porque en el plano de Velázquez, el pintor crea un efecto óptico que sólo imágenes generadas por computadora, carentes del más mínimo arte, son capaces de emular.
La Guerra de Treinta Años y una lóbrega época marcada por los fracasos del Conde Duque de Olivares y, posteriormente, de Felipe IV en restituir el liderazgo del Reino de España entre las Potencias Europeas fueron el telón de fondo de la vida de Velázquez. Esa decadencia se trasluce en el enfoque de Velázquez sobre un apabullado Dios Marte de casco torcido y armas tiradas a sus pies. Los intérpretes de la sinrazón de la guerra no lo tienen difícil si relacionan a este Marte con el cansancio de tantos años de pesares bélicos sin visos de terminar. El espíritu desesperanzado de la época de Diego Rodríguez da Silva Velázquez sale también a floración en Menipo y Esopo , conmovedoras representaciones sociológicas, quizás autobiográficas, a la par que testimonio insuperable del escepticismo con que el genio entre los genios de los artistas españoles del Siglo XVII contemplaba los avatares de su época y vida.
En el retrato de la Reina Mariana la simbiosis entre perfección pictórica y simbolismo llega a un pináculo inalcanzable para los demás pintores españoles. Esta joven reina de 14 años con dedos color rosa esconde secretos que reivindican el título real de Jerusalén para la dinastía de la Casa de Austria. Secretos que trascienden el cuadro y nos obligan a reflexionar sobre la peculiar conexión que se estableció entre Diego Rodríguez da Silva Velázquez y su majestad Felipe IV quien, compitiendo con los reyes angevinos de Nápoles y la Casa de Habsburgo-Lorena, reclamaba para si el legendario título de ‘’Rey de Jerusalén’’.
Al igual que Velázquez, que trasuntó en sus cuadros más personales sombríos reflejos de la decadencia de España, José de Ribera, el Españoleto, concibió en el Tacto un acertado paralelismo histórico entre el ansia del invidente protagonista para ‘ver’ la belleza de la cabeza decapitada, similar a la del David de Miguel Ángel, con la de una España en bancarrota que se aferraba al sueño imposible de volver a ser la potencia que fue, 116 años atrás.
El Tacto de Ribera nos incita además a comparar las arrugas de su ciego con las de pintores hiperrealistas que han hecho de la arruga facial un recurrido argumento de su marketing particular. Ahí tenemos a Parag Sonarghare y sus retratos hiperrealistas de rostros arrugados. Tanto tiempo malgastado por parte de este pintor ( uno entre muchos ) en superar a la fotografía de alta definición cuando, 384 años en el pasado, los gruesos empastes de Ribera produjeron facciones surcadas de arrugas que transmitían una profundidad ‘psico-sociológica’ que ningún hiperrealista ni fotografía ha conseguido hasta ahora. Sumemos esta comparación a la lista que inconscientemente estamos creando, a medida que avanzamos en la redacción de este blog, sobre el abismo que existe entre Artistas reales ( Velázquez ) y productos de marketing ( con todos los respetos, señalamos nuevamente a ese Dalí de la ‘’época Gala’’ ).
3 años después del Tacto, José de Ribera pintó el Sueño de Jacob. Este cuadro hay que empezar a admirarlo de lejos. La distancia favorece el disfrute de la tenue brisa que acaricia las hojas del árbol caído, ese cielo de prodigiosas calidades, la vaporosa nube rosa apegada al dorado nimbo que brota de la cabeza de Jacob, sumido en un maravilloso sueño celestial… Pero no nos quedemos en la distancia. Aproximémonos al cuadro. Disfrutemos las variadas y suaves texturas marrones que predominan en la obra. La expresión apacible de Jacob mientras sueña. Los ángeles de brazos extendidos que van tomando forma en el nimbo dorado a medida que nos acercamos a la pintura. Amigo lector, si al contemplar este cuadro siente Usted un agradable temblor que le estremece de pies a cabeza, no se preocupe; está usted experimentando un éxtasis artístico. Es la reacción normal que se percibe al ‘entrar’ en una verdadera obra de arte o, mejor dicho, cuando una verdadera obra de arte entra en nosotros.
Bartolomé Esteban Murillo completa el trío de los más eminentes pintores españoles del Siglo de Oro español. En el Sueño del patricio Juan, Murillo rivaliza con Ribera en la invención de una magistral compostura de personajes inmersos en el más bonito de los sueños. Los durmientes se encuentran en una habitación sumergida en un delicado claroscuro que resalta la apacible ambientación interior. Prepárese a experimentar otro éxtasis artístico. Aproxímese al lienzo y deléitese con las pinceladas del maestro Murillo que llenan de impresionantes calidades los pliegues de ropajes, la colcha granate de la cama y el paño sobre la mesa de mantel colorado. En el Sueño del patricio Juan se juntan la perfección en técnica pictórica con una idónea atmósfera ambiental.
Murillo había sido bendecido con un portentoso talento para aunar técnica y transmisión al espectador de emociones acuciantes. Tal cualidad se manifiesta de manera incontestable en 2 cuadros muy diversos. Uno religioso, La Virgen del Rosario, ( Museo del Prado ) y otro de escalofriante crudeza sociológica 4 figuras en un escalón ( Forth Worth Museum ). En la primera, el niño asustado se arrima a su madre para protegerse, al tiempo que ella lo abraza dulcemente pero confesándonos con su mirada que poco podrá hacer por su bebé ya que el destino de la criatura está escrito de antemano. Ambos personajes representan una frágil e indefensa belleza. El velo transparente que cubre parcialmente cabeza y hombros de la virgen, el rojo de pasión de su túnica, las manos, los ojos, son otro ejemplo de que la perfección técnica puede también sacudirnos el corazón.
En cambio, 4 figuras en un escalón nos hace partícipes de una sórdida escena costumbrista de ambiguo sentido pero clarísima intención : causarnos incomodidad. 2 figuras nos miran sarcásticamente, la mujer de anteojos lo hace con un tenue desconsuelo mientras apoya sus manos protectoras sobre la cabeza de un niño de pantalón rasgado que nos da la espalda. Aconsejamos a los espectadores de espíritu sensible que se abstengan de trenzar hipótesis sobre el tema de esta terrorífica escena. Confórmense con admirar la genialidad de Murillo al plasmar en la cara de la vieja con gafas una carga emocional de resignado dolor, aunque distinta a la de María en la Virgen del Rosario.
La Condesa de Chinchón figura en un lugar preferente en la lista de pinturas de Goya que más nos gustan. Ella se llamaba María Teresa de Borbón y Vallabriga. Era hija de don Luis de Borbón, tío del rey de España Carlos IV y esposa del valido de los reyes don Manuel Godoy Álvarez de Faria. Fue retratada por Goya en el mismo año de su espectacular Familia de Carlos IV.
Existen numerosas fuentes donde consultar las azarosas vidas de María Teresa, su esposo y valido Manuel Godoy, la esposa secreta de Godoy, Pepita Tudó y la Reina María Luis de Parma, quien asimismo mantenía una relación ‘muy especial’ con el valido. Si el lector decide hacerlo, tenga mucho cuidado. Podrá salir mareado con las innumerables vicisitudes de amor, pasión, engaño y traiciones que acompañaron en vida a esos personajes.
Vamos a centrarnos mejor en el retrato de la Condesa de Chinchón. Desde la distancia, nos seduce ese fondo verde de ricos matices que refleja la sombra de la protagonista. Nos recuerda al impresionante fondo del Cristo Crucificado de Velázquez si bien en el caso de Goya, el verde resalta sutilmente la dulzura y sensación de fragilidad que transmite María Teresa. Desde una distancia más corta apreciamos que la efigie de Manuel Godoy en el enorme anillo que ella tiene en la mano derecha está más abocetada que las caras de algunos personajes de Los Borrachos, las Meninas y la Hilanderas. ¿ Un homenaje al admirado Velázquez ? ¿ O quizás una forma de expresar la animadversión que guardaba María Teresa a Godoy ? Lo último se explicaría sin esfuerzo si tomáramos en cuenta que su esposo, Manuel Godoy, estaba casado en secreto con la exuberante Pepita Tudó a la vez de ser amante de la reina. Una situación algo escandalosa que era muy bien llevada por Godoy pero no tanto por María Teresa. Las manos cruzadas de María Teresa sobre su vientre de embarazada refuerzan su postura defensiva ante los acontecimientos negativos que la rodean. Su posición sedente tampoco es cómoda. Y así posó para Goya, quien aplicó todo su genio en las espigas de trigo sobre los rizos dorados de la modelo, su deslumbrante vestido a la moda imperio y, sobretodo, en la consecución de esa contenida emocionalidad que irradia María Teresa. Imagino a Goya ocupado en retratar a la Condesa de Chinchón. Que torbellino de sentimientos encontrados habrán girado en su mente. Afecto, compasión, amor, lástima, halagar a Godoy…
Para nosotros y una gran mayoría, no hay duda de que la Condesa de Chinchón fue el más bello retrato que hizo Goya jamás.
Por el contrario, de todos los cuadros de Goya un gran número de visitantes del Museo del Prado coincide en que su pintura más escalofriante es Saturno. Goya pintó en la pared del comedor de la última vivienda que habitó en Madrid un terrorífico Saturno que no cabalga sobre nubes, no sujeta una hoz en su mano derecha ni en su izquierda a un hijo que devora. Tampoco sus pies están plantados sobre nubes. El monstruo creado por Goya surge de la oscuridad. Agarra fuertemente con ambas manos el cuerpo desmembrado de una mujer. Si el espectador se aproxima al cuadro distinguirá la figura borrosa de una paloma plantada en la parte interna de la rodilla derecha de Saturno mientras que una cabeza de perro, igualmente borrosa, es resaltada en la zona del muslo izquierdo.
El Saturno de Goya no guarda pues similitud alguna con el Saturno de Rubens que actualmente se exhibe en el Museo del Prado.
Algunos reputados autores sugieren que Goya expresa simbólicamente en su Saturno una furiosa frustración. La de un anciano que ha perdido su poder de seducción y potencia viril, que devora por ello, con inmensa rabia, al objeto de su deseo sexual. La presencia de la paloma y del perro, símbolos de paz y lealtad respectivamente, no han sido satisfactoriamente explicadas aunque podrían ser interpretadas actualmente como una crítica a la violencia machista. El director Marco Ferreri en su film la Carne aborda también el canibalismo pasional como consecuencia de la amenaza que se cierne sobre un hombre a punto de perder a la mujer amada. Sin embargo, en la película de Ferreri ni una paloma ni un perro intentarán salvar finalmente de su verdugo, seguidor contemporáneo del Saturno de Goya, al personaje femenino que interpreta la actriz Francesca Dellera .
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