Ayer, martes 17 de marzo de un infausto 2020 se nos ha ido don José Suárez Nava, Pepe, alcalde honorario de la Aljama de Toledo, admirado y querido por todos los que tuvieron la suerte de conocerle.
Probablemente lo habrán divisado muchos turistas que andarían perdidos por las enrevesadas callejuelas de la Aljama. Seguro que lo verían los grupos de turistas japoneses que se paraban a un lado de su portal para sacar fotos y continuar después su paseo sin que su guía les contara quien era el digno habitante que vivía tras esa aristocrática puerta.
De lejos, Pepe podría parecerse a un eremita de Ribera. Esos que escrutaban sentados la Biblia frente a una Cueva. Aunque la Cueva de Pepe no fuera tal sino que, de corta distancia, se desvelara como su palacete familiar. A Pepe le cayó la herencia paterna cuando faenaba de electricista en ignotas minas de África del Sur : un palacete ( así lo atestigua su noble puerta ) de 3 amplias plantas con ventanas a dos calles. Sin embargo, no son sus alturas lo más interesante sino que sus profundidades. Más de doce años harán que Pepe, quizás reparando una baldosa estropeada o un paramento resquebrajado, descubrió las entrañas de la residencia paterna : un laberinto de Cuevas y hondos pozos ansiosos de contar esa historia silenciada de romanos y hebreos toledanos. Sinagogas secretas y corredores sin paredes que empezaron a fraguarse allá en los tiempos en que el judío Torquemada se pusiera al frente de la Santa Inquisición Española. Doce largos años que se le quedaron cortos a Pepe. Ocupado, despejando muros con su mazo, abriendo suelos con sus picos y extrayendo toneladas de escombros con su pala. Ha sido un trabajo que ni Hércules hubiese querido. Pero hoy, cuando ya no queda polvo ni humo, resplandece la verdad arqueológica y legado de Pepe; sólidos arcos, recias columnas y hondísimos pozos, cincelados hace 523 años por una civilización que se aferró, abajo en sus Cuevas, a su vida y costumbres ancestrales mientras que, arriba en las calles, renegaban de las mismas para ‘salvar el pescuezo’.
La inmensa labor de Pepe merece ser contada. Sería un relato sobre la constancia, pertinacia, empeño y fe, virtudes ellas, que pergeñan las heroicas gestas de algunos humanos.
Nosotros tuvimos la suerte de conocer a Pepe y ganarnos su amistad. Al comienzo fue una simple conversación, frente a su casa. Nos invitó a entrar para enseñarnos el empeño máximo de su vida, su impresionante Cueva. Pero, en realidad, aún hay algo más que nos impresionó : la Gesta de Pepe. Nuestros clientes debían conocer la obra de ese humilde y pequeño gran hombre que fue capaz, él solo ( apoyado, eso sí por su hermana, toda una gentil dama de Toledo ) de horadar pacientemente el duro suelo de su casa para sacar a la luz una joya arqueológica que debería formar parte, lo antes posible, del Patrimonio del Toledo Histórico.
Naturalmente, Pepe se erigió en el protagonista de nuestros Tours Privados por Toledo. Nuestros clientes quedaban maravillados con la historia de su Cueva, narrada por el mismísimo Pepe en su peculiar inglés, sazonado de buen humor e innumerables anécdotas. La mayoría nos confesaba, ya de vuelta a Madrid, que el punto culminante del tour había sido la inigualable experiencia de conocer a Pepe y oír de su propia boca el épico, aunque tristemente silenciado, relato de su Cueva.
En la entrada de la casa de Pepe se apilan a la izquierda baldosas centenarias, rescatadas de sus excavaciones. También hay una sentida inscripción en cerámica que homenajea a sus padres. A la derecha, la reja que Pepe abría para que nuestros clientes accedieran a su Cueva. No nos imaginamos esa entrada sin la presencia de Pepe. Temo que persistan las trabas burocráticas que hicieron imposible un reconocimiento público de su obra. En realidad, da igual. En efecto, la grandeza de Pepe reside en la realidad de su Cueva. La historia de la Cueva de Pepe, su vida y obra, es una verdad inmutable e irrebatible, por lo menos para nosotros, y así seguiremos contándola a todos nuestros futuros clientes.
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